Hace ya unas semanas, cuando traje a este blog la memoria de Don Norberto Cuesta Dutari, os hablaba de que los tiempos pasados son las personas que los poblaban, más que los escenarios en que transcurrían sus vidas. De aquella Salamanca de los años 70 gran parte del escenario sigue en pie (no el Bretón, por desgracia). Han cambiado, sin embargo, sus habitantes. Sus personas, sus personajes, sus personalidades. Algunos ya no están. Otros llegaron más tarde. Y los demás, son ahora distintos. Somos distintos.
Así es como éramos hacia mediados de los 70. Así vestíamos, con aquellos pantalones de pata de elefante, aquellos jerséis ajustados y cortos, aquellas camisas de cuadros. Y así era la imagen que construíamos de nosotros, con el pelo largo y, a menudo, también con barba.
Éramos generosos, bienintencionados, románticos. Todo había sido un trágico malentendido, pero ahora teníamos la oportunidad de comenzar de nuevo y no había nada ni nadie que pudiera detenernos. Vivíamos un momento fundacional, los unos nos reencontrábamos con los otros y ya no había viejos rencores, sino una voluntad infinita de hacer las cosas bien.
Al idealismo de los 70 le sucedió el realismo de los 80, y nosotros mismos nos hicimos realistas. Más tarde vino la arrogancia de los 90 y el cinismo de los 2000. Y esto que tenemos ahora.
Quizá éramos un pelín demasiado intensos, demasiado solemnes. Tanto Bergman tenía que dejar alguna huella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario