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sábado, 22 de diciembre de 2012

Las piscinas de las Torres



No eran las únicas, desde luego. En la Alamedilla, junto al pabellón que entonces se llamaba "Otero Aenlle", había también piscinas, pero solo infantiles. Y cuando se inauguró el Helmántico, a principios de la década, también allí abrieron piscinas, pero estaban lejos y, según decían algunos, en medio de la nada. Así que, por exclusión, "las piscinas" de Salamanca durante la mayor parte de los años setenta siguieron siendo las de Las Torres.

Se encontraban en la carretera de Madrid nada más pasar el puente del ferrocarril, a mano derecha. El complejo disponía de un amplio restaurante-cafetería, decorado al estilo de los sesenta, y un pequeño gimnasio, también del estilo de los sesenta. Es decir, mucha espaldera y ninguna máquina. Y, claro, estaban las piscinas.

En la parte este del complejo había una piscina infantil, que llegaba a cubrir 80 o 90 centímetros. Al oeste, un poco más baja, estaba la piscina redonda, que tenía zonas para babys, pero también otras donde cubría hasta 1,50. Era la piscina familiar por excelencia. Estaba por último la piscina olímpica, en la parte sur, junto al edificio de la piscina cubierta.


Piscina redonda




Piscina olímpica, con el edificio de la piscina cubierta al fondo

Las piscinas de Las Torres disponían de una amplia zona de hierba para tomar el sol, y de abundante arbolado para proteger a los que ya tenían bastante. Y, repartidos por todo el complejo, altavoces que emitían sin cesar música de la de entonces. Durante años hubo un programador que era entusiasta de Serrat y ponía Mediterráneo varias veces al día.

Las Torres desaparecieron hace ya mucho tiempo. El edificio de la piscina cubierta, en completo abandono, se convirtió en uno de esos lugares de referencia para el turismo de ruinas. Debo a la amabilidad de Jesús Callejo (blog Abandonado en la memoria) el permiso para publicar estas dos fotos que muestran su estado actual.

Aspecto exterior (origen: blog Abandonado en la memoria)


Aspecto interior (origen: blog Abandonado en la memoria)

viernes, 14 de diciembre de 2012

El bar de Chuchi

http://elpasiego.foroactivo.com/t44p555-pasatiempo-romanico

A veces nos da la impresión de que todo se encuentra en la red. Creemos que no hace falta esforzarse en recordar, porque ese dato perdido, esa historia olvidada, siempre podemos recuperarlos a través de google. Y no es verdad. Solo está lo que alguien ha querido salvar del olvido.

El bar de Chuchi es el culpable de que haya empezado a escribir este blog. Porque habiendo sido uno de los lugares míticos de la Salamanca de finales de los años setenta, nadie se había decidido aún a rescatar su memoria. Y es algo que no puede quedar así.

Su nombre oficial era "La cocina española" y estaba situado frente al ábside de la Iglesia de San Juan de Barbalos. El bar era diminuto, así que bastaba con poco para que pareciera abarrotado. Y Chuchi, simpático y dicharachero, desde detrás de la barra servía cañas y tapas y animaba el cotarro.

En el bar de Chuchi se servían cañas (sobre todo) y vinos. Y se ofrecía una mínima variedad de tapas: solamente jeta y unas empanadillas riquísimas que Chuchi, con mucha gracia, llamaba "del país". Así que una comanda típica en el bar de Chuchi podría ser "Chuchi, ponnos cuatro cañas y cuatro del país".

No sé qué pasó, pero aquello terminó pronto. Creo recordar que en una de mis visitas en los años ochenta el bar ya no estaba abierto, o ya no lo llevaba Chuchi. Y es una lástima, porque mientras duró reunía casi todas las cualidades que debe tener un bar salmantino típico: buenas tapas, camarero simpático y ambiente.



sábado, 8 de diciembre de 2012

Aloha, en la calle Espoz y Mina

La primera vez que entramos en un bar y nos tomamos un vino fue en 1973. Teníamos dieciséis años, pedimos nuestros vinos y nos los sirvieron con toda normalidad. Ni tuvimos la impresión de estar cayendo en el vicio, ni el camarero pensó que estaba corrompiendo a menores. Un simple gesto de iniciación a la vida de entonces, más o menos a la misma edad que lo hacía el resto de nuestra generación.

Nos costó 2 pesetas. Debíamos de estar en el momento justo de cambiar los precios, porque vinos sucesivos ya nos salieron a 3 pesetas (2 céntimos de euro; si tenemos en cuenta la inflación, apenas 30 céntimos, que no es dinero). Y durante el siguiente invierno las cañas nos saldrían a 5 pesetas, aunque ya no recuerdo si es que la caña era más cara que el vino o si es que los precios habían vuelto a subir. Al menos, en el Aloha (calle Espoz y Mina), donde nos pasábamos la vida charlando entre amigos y oyendo música.

Bebíamos de todo (creo recordar que con moderación), pero especialmente cerveza en caña. En parte, el motivo era la baja calidad de los vinos que entonces se servían en los bares de Salamanca. En sitios de más nivel nuestros padres pedían "un rioja", pero eso estaba por entonces fuera de nuestro alcance.

El concepto de bar no ha cambiado tanto en cuarenta años. Un camarero y un cliente separados por una barra (bar), sobre la que se sirve la bebida. Con todo, creo que un viajero del tiempo encontraría algunas diferencias notables entre los bares de entonces y los de ahora. Mucha más formica entonces que ahora, por ejemplo. Más gente jugándose el café y la copa a las cartas. Y, sobre todo, máquinas diferentes.

Era muy típico que los bares de entonces tuvieran una o varias máquinas de bolas (no recuerdo que por entonces las llamáramos "flippers"). Eran electromecánicas, y el secreto estaba en menearlas sabiamente para ayudar a la bola a ir por donde debía sin llegar a provocar una falta ("tilt"). A mediados de los setenta nos gastábamos en ellas parte de nuestros escasos medios, pero desaparecieron muy pronto. Hacia finales de la década empezaron a aparecer los juegos electrónicos (creo que el primero fue el ping pong) y en 1979 o 1980, las tragaperras. De menor tamaño y, probablemente, mayor rentabilidad, entre los unos y las otras desplazaron a las máquinas de bolas de la mayor parte de los bares.








En bastantes bares había también una máquina de discos (casi ninguno de nosotros sabía por entonces que su nombre técnico era "jukebox"; los que sí lo sabían no se hubieran atrevido a decirlo en público). Echabas las monedas y seleccionabas canciones entre las 50-100 que la máquina ofrecía. Era la época de los singles, la época de los Cuarenta Principales, en que las mismas canciones se repetían de manera obsesiva, así que, con un poco de suerte (o mala suerte, según los gustos), podíamos escuchar tres veces "Let it be" mientras nos tomábamos las caña.





Las cosas cambiaron hacia finales de los setenta. La música adquirió una importancia mayor en el acondicionamiento de muchos locales, así que empezó a estar a cargo de la gestión del propio bar, que se encargaba de crear ciertos ambientes mediante el uso en cada momento de la música adecuada. Los jukeboxes quedaron cada vez más relegados, hasta acabar convirtiéndose en objeto de anticuario. O en protagonistas de nuestros sueños.



miércoles, 5 de diciembre de 2012

Raquetas de Salamanca

Hace unos días leí en un blog (La Zuccheriera) un comentario que suscribo plenamente sobre la calidad de las raquetas de Salamanca (las de comer, más que las de jugar). A la autora le habían gustado sobre todo las raquetas de Reglero, e inmediatamente después, las de Burgueño. Y nos recordaba que tanto Reglero como Burgueño habían desaparecido ya.

Tantas cosas que fueron parte importante de nuestra vida han desaparecido ya. Pero aún estamos nosotros, que las recordamos, y que podemos evocarlas. El día que también nosotros desaparezcamos, el día en que ya no podamos contar lo que sabemos, lo que conocimos, ese día desaparecerá con nosotros la memoria de una época. Una época extraordinaria.

Burgueño estaba en la Calle Zamora, casi enfrente de los Carmelitas, y fue durante años la pastelería bien de Salamanca. Las raquetas, desde luego, eran irreprochables, como lo eran las bambas o los pasteles. Hacían también unas pastas magníficas. Y es que en aquella época, en los años setenta, nuestras madres iban aún de visita a media tarde y era costumbre servir unas pastas de té. Aunque el té se bebiera más bien poco, excepto por razones de enfermedad.

Me gustaba más Las Conchas, también en la calle de Zamora, pero en la otra acera. Un poco más arriba, junto a la farmacia que aún existe. Más pequeña, creo que más barata, y con unos pasteles clásicos, de los de toda la vida. Milhojas y pitisús. Nata y crema, café y chocolate.

Reglero estaba en lo que hoy se vuelve a llamar calle Toro y nos quedaba más a desmano. Fui menos. Creo que a todos nos encantaban las galletas. Las Mayucas, desde luego, pero no solo.

Iglesia de San Martín (1973)

lunes, 3 de diciembre de 2012

A modo de presentación

Siempre tenemos la esperanza de volver a aquellos lugares que nos seducen.

He conocido pocas ciudades tan fascinantes como la Salamanca de los años setenta, pero sé que nunca podré volver a visitarla. Porque ya no existe.

Este blog pretende evocar algunos fantasmas de aquella Salamanca entrañable que se esfumó.

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