Translate

sábado, 2 de febrero de 2013

Lucía de Medrano y Fray Luis de León

Es viernes por la tarde (no por la noche: estamos en 1974 y a las diez hay que estar en casa) y vamos a Hindagala. Pasamos la puerta de entrada giramos a mano derecha y descendemos las escaleras que nos llevan al sótano (Tito's no, pero Hindagala estaba en un sótano). Y allí, con las cortinas que dan sobre la sala medio abiertas, oyendo ya la música a todo volumen, hay que superar un último obstáculo. Tenemos 17 años y la entrada está prohibida a los menores de 18. ¿Nos dejarán pasar? ¿Nos pedirán el DNI? ¿Colará si les decimos que se nos ha olvidado en casa?

Lo más humillante es que estamos en COU y con nosotros vienen unas chicas de nuestra clase. Como es habitual a los 17, ellas parecen mayores y a ellas sí les van a dejar entrar. ¿Puede haber algo más humillante?

Hasta entonces, hasta ese fatídico COU, el problema no se había presentado. Toda la enseñanza secundaria estaba separada por sexos. Había colegios masculinos (Maristas, Salesianos, Escolapios) y femeninos (Jesuitinas, Trinitarias, Siervas, Salesianas...). Incluso en la enseñanza pública había un Instituto masculino (Fray Luis de León) y otro femenino (Lucía de Medrano). No coincidíamos en las mismas bancas y cuando empezábamos a salir con chicas, ellas eran uno o dos años menores (nosotros éramos para ellas uno o dos años mayores).

Hasta que llegaba COU. Hasta que la camaradería empezaba a desembocar en amistad y ligue. Hasta que queríamos entrar con ellas en la discoteca y éramos humillados por la evidencia de que, a su lado, parecíamos aún unos críos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario